La niña triste

/ octubre 30, 2012/ Fotografía, Literatura

Ella siempre estaba ahí, como una suerte de personaje secundario, un poco cerca peno no lo suficiente para destacar. Ella siempre estaba triste aunque si te acercabas te sonreía como si llevaras en las manos un helado para ella. Era la niña triste. No era infeliz, tan sólo es que estaba tan cerca de ser alegre pero le faltaba algo.

 

niña escalera se00 P300 X200 niba

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Hace ya unos 3 días, vi a unos orgullosos padres jugando con su niño, vi como lo azuzaban como a un cachorro, como tal lo premiaban cuando hacía bien la pirueta de caminar en dos pies. Me sumergí en las típicas melancolías de los adultos, esas que zafan por instantes todas esas anclas que creamos para sentirnos adultos. Con la existencia al garete, sentí lo irreal de nuestra seguridad. La bofetada de un pensamiento me regresó a mi niñez intelectual, a ese punto donde las preguntas, las incógnitas, tienen sentido; antes que el hastío de las respuestas sin sentido nos invada y convierta en otro adulto que responde cosas que los niños no entenderán a preguntas de éstos que ellos no comprenden.
¿Si las respuestas duran instantes (si no pregúntenle a Pupper o a cualquier físico cuántico) y los logros son sólo la puerta a nuevas incógnitas, o “metas”, o deseos? ¿Si la madurez es el logro de las metas y la respuesta a nuestras incógnitas (los cocos detrás de la puerta del armario)? ¿Cuánto duran entonces nuestros ratos de madurez?
En ese instante, mi deseo de ser adulto –sí, ése que nos inculcan desde chiquitos– quiso la respuesta locuaz y definitiva, pero la melancolía seguía ahí de copiloto, sin ser jurado; antítesis de ese ser abstracto inseminado e incubado en nosotros, el cual repite la letanía del “futuro perfecto y el sacrificio en pos de él”.
Creo que he progresado y me he desarrollado, pero siento -como lo hacen mis vecinos -que cuando llego a una meta, el hogar definitivo está lleno de puertas de armario; algunas de las cuales son la entrada a mejores hogares -me lo indica “Él”. Con la llegada encuentro también un velatorio; los muertos: todas las bondades del hogar abandonado y la miseria de la partida.
¿Puedo entonces olvidarme de las nuevas anclas? ¿Ser niño otra vez y continuar?
De todas formas no será en cualquier dirección. “Él” -buen padre, tiene una meta para mí. Lo cual requiere que ciertas puertas sean abiertas (aunque la verdad, no se me antojen mucho) si la felicidad ha de ser lograda -la madurez.
En éste instante, siento hastío de este pasillo de vaivén -miro a mi copiloto; él solo se sonríe, casi irónicamente. Tal como una vez tuve que hastiarme de las preguntas para ser adulto, ahora se me antoja que “Él” esta ya muy viejo y en el fondo agoniza.
Es ahora que la duda me corroe, sé que morirá, mas no sé si darle el golpe de gracia de una vez -miro a mi copiloto, su sonrisa es ahora leve, como a la espera. La duda me corroe; si “Él” muere ¿quién nos guiara?

 

 

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