La preciosa campana espera quieta y segura en la penumbra del templo, toda poderosa, omnipresente, blanca, virgen, dueña de todo y desposeída, bálsamo contra la locura y veneno de la razón.
Sissi permanece lánguidamente acostada, y solo las puntas doradas de los últimos ases de luz mordisquean el torso de su cuerpo.
El mensajero sueña un niño, yo acuno uno en mis brazos, mientras el universo se consume a si mismo en derredor.