La Iglesia de Manrique
Repican fuerte las campanas en la capilla de la plaza mayor, y la marcha fúnebre avanza silenciosa por las calles, bajo un gran arco a las afueras de la ciudad. Todos visten de rojo vino tinto, todos con sus cabezas bajas, todos con el rostro pintado de negro, y cada uno de ellos sostiene una bala de coral en las manos. Se oyó un murmullo, casi una canción. Arrastran detrás de sí a una jauría de lobos, también queda y triste; sólo de cuando en cuando aulla uno de los animales, con un sonido tan débil y tan acabado que causa un miedo realmente distinto al que causa la noche.
La tarde continúa decolorando, el calor extenso y sublime, como lo puede ser una manta blanca bajo el sol. El único alivio lo dan los estandartes verde azul que ondean a ambos flancos de la procesión. La preciosa campana espera quieta y segura en la penumbra del templo, toda poderosa, omnipresente, blanca, virgen, dueña de todo y desposeída, bálsamo contra la locura y veneno de la razón.
Pronto la procesión llegará a ti diosa lunar, chillaran los cristales cuando las pieles se tatúen en los muros del templo, sumándose a tu historia, a la historia de todos, sin que quede grabado en ninguna parte. Completando tu iglesia y tu vida, sin razón alguna, sólo por la necesidad de vivir.